El Piano de Maika Makovski. Belleza y talento. Presencia y prestancia. Simpatía y empatía. Enlacemos los sustantivos en el orden que más nos plazca, seguiremos descifrando la ecuación perfecta del artista total. En el caso que nos ocupa, una de las mayores bazas que tiene el pop español, y eso que se expresa en inglés, para deslumbrar allá donde esta mujer de insospechada personalidad presente sus canciones. Habrá quien todavía no sepa quién es ni de dónde ha salido, incluso quien ignore que ha tenido que ser la dichosa televisión la que venga a impulsar una carrera ya antes coherente y dinamizadora de corrientes e influencias variopintas. Lo de Maika Makovski no es solo cuestión de trabajo, sino de fe en sí misma y de fuerte apego a unos valores que le venían de serie. Descendiente de padres hispano-macedonios, criada en Mallorca y educada musicalmente en las aguas revueltas de PJ Harvey o Cat Power, pero también en los remansos acústicos de Joni Mitchell, tampoco es cuestión de referentes; más bien de actitud. La suya, cuando se enfrenta al público sin el soporte de la banda que la arropa en la gira del fantástico MKMK, es la de alguien confrontando sus propios demonios con denuedo, a disparos de letras sórdidas emocionalmente y a patadas de bombo y platillo para redundar en su intención. Tampoco le hace falta mucho más.
El Piano de Maika Makovski. La rotundidad escénica empieza por los flecos de su vestido rojo, estiloso como una infanta de países remotos, y continúa con la alternancia de guitarra acústica y eléctrica, sin púas ni pedaleras adicionales, para concluir con un piano de cola de sonido casi mortuorio traído a última hora de Granada, el principal causante del retraso sobre la hora prevista. Transportar un armatoste de tales dimensiones no debe ser nada fácil, sobre todo cuando las calles adyacentes dificultan el acceso debido a las obras en la zona y el montaje final acaba siendo tan urgente como efectivo.
Ahí se sienta con maneras percusivas una Maika esplendorosa en la voz, perfectamente equilibrada en los falsetes y los graves y ajustando cada quiebro de garganta al tempo exacto del tema en cuestión. Se balancea entre la gravedad de “Downtown” y la divagación melódica de “Language”, unifica criterios con una letra sobre la necesidad de desprenderse de cargas y toxicidades como la de “Like I owe you the world”, narra cómo sus dos abuelas, la española y la macedonia, hicieron de ella gran parte de lo que ahora es en “Makedonija” y recuerda dónde dejó el cordón umbilical afrontando el “China girl” de David Bowie prácticamente a pelo. Arrojo también le sobra a la señorita. Antes hay tiempo para hablar de su exótica ascendencia en “Father”, así que como se comprobará, no le duelen prendas cuando se trata de desempolvar temas a los que el paso del tiempo y su estado de gracia mediático les permiten hacer justicia. Apenas hay rastro sonoro de su más reciente entrega, solo en “Places where we used to sit”, otra muestra del eclecticismo demostrado, y la trotona “The posse”, la otra cara de la moneda. Rendidos y admirados ante tanto caudal creativo.
El Piano de Maika Makovski. Tanto a los oídos habituados como a los recién adscritos a la causa Makovski, la escueta presentación en el patio de las columnas del señorial Palacio de Viana cordobés –difícil encontrar un mejor entorno para su música-, un concierto de este perfil traspasa la denostada etiqueta de “acústico”. Por sus características y el derroche de cariño demostrado por ambas partes, artista y público, esto fue más bien un encuentro inesperado y lleno de gratas sorpresas. Como una velada improvisada rodeado de gente a la que hacía siglos que no veías y que ignorabas que podrían ser tan cómplices de tus sentimientos y emociones. Una verdadera delicia, y un tesoro que debemos conservar todo el tiempo que podamos.
Fuente: www.muzikalia.com