La música es algo que nos acompaña en muchos momentos del día.
A todos nos ha pasado: el día no es especialmente bueno, en el trabajo las cosas no han terminado de salir y para colmo pierdes el autobús, o encuentras en un atasco. Decir que estás de un humor de perros es quedarse corto. Sin embargo, instintivamente acudes a tu bolsillo en busca de tu móvil, enchufas los auriculares y, de repente, en cuanto empiezan a sonar los primeros acordes de tu música favorita, todo aquello que era tan horrible pasa a un segundo plano.
Gracias a la liberación de endorfinas que se produce cuando se escucha una melodía, el cuerpo es capaz de disminuir el dolor.
La música es algo que nos acompaña en muchos momentos del día. De camino al trabajo, en el supermercado, en un restaurante o incluso cuando esperamos que nos pasen una llamada desde una centralita. La escuchamos de forma consciente o inconsciente. Nos gusta o nos molesta. Pero hay un aspecto en común en todos esos momentos, el cerebro está recibiendo el lenguaje más primitivo que tiene: el sonido. Escuchar música es una de las pocas actividades que requieren la participación de todo el cerebro. Por ello, no tardó en descubrirse que tiene un papel importante en el ámbito de salud y cada vez son más las aplicaciones terapéuticas que se realizan de la música.
La melodía es capaz de mover las emociones, aliviar dolencias y promover la expresión emocional dotando de sentido las circunstancias personales del individuo. Una melodía produce efectos fisiológicos destacables. Éstos pueden ser desde el aumento del nivel de resistencia al dolor, cambios en el tono muscular y la tensión arterial, hasta la reducción de la fatiga y trastornos mentales como estrés o la ansiedad. La lista de patologías en las que tiene una utilidad probada es cada vez más larga.
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